miércoles, 4 de enero de 2023

Chantal Maillard (Bruselas, Bélgica, 1951 / España)

 

 


No es el nacimiento lo que importa sino el hambre. Todo lo que vive se sostiene sobre el hambre. Y el hambre es el otro, la depredación del otro, la muerte del otro
 
*
 
Destejer es la tarea nocturna de Penélope. Destruir, cortar de un tajo es la de Kālī.
Penélope: los hilos volviendo a la madeja. Kālī: la sangre volviendo a su boca.
 
*
 
«No hay gran cosa que diferencie a la reina Medea de la virgen María, ambas arrojan al mundo hijos muertos», escribe Pascal Quignard en el capítulo tercero de El origen de la danza. ¿Qué madre no lo hace?
 
*
 
Porque en un principio no fue el canto de los ángeles ni la luz divina, no. En un principio fue el grito. Y el hambre.
 
*
 
Todo animal reconoce las sendas que abrieron sus antepasados. Travesías del aire, del agua, de la tierra. Sólo el humano las olvida. Por eso inventa, construye, edifica, emprende viajes de descubrimiento. No es un plus, sino una carencia lo que nos distingue de otra especie. La herida es una puerta cerrada sobre el antes. Por haber perdido el gran pasado queda atrapado, el animal humano, en su historia personal, dando vueltas sobre sí mismo como un perro tratando de alcanzar su cola. Corta inteligencia, aquella que no abarca otra experiencia que la propia. La razón es fruto del olvido; sus logros, la patética demostración de su extravío. No es de dioses esa luz que tanto apreciamos, es simple adaptación al desamparo.
 
*
 
Mi cuerpo: lo que le debo a los muertos.
 
*
 
La cadena Gleipnir –así se llamaría– era una larga cinta sedosa confeccionada con ingredientes imposibles: el ruido de las pisadas de un gato, la barba de una mujer, las raíces de una montaña, las espinas de un oso, el aliento de un pez y la baba de un pájaro.
 
«Al igual que el lobo Fenris», constataba Kierkegaard, «yo también estoy atado por una cadena formada por oscuras ilusiones, por angustiosos sueños, por pensamientos intranquilos, por tensos presentimientos.
 
*
 
La palabra es el telar y el mito la urdimbre sobre el que se teje la historia de los pueblos. Los antiguos lo sabían. Una vez enlazadas las hebras, el tejido vinculaba a los miembros. No había necesidad de un primer referente: la verdad no existía, o no era necesaria. Y al no haber verdad, tampoco tenía sentido creer. La palabra operaba metafóricamente, poéticamente, por asociaciones comprensivas. El relato por sí solo se sostenía y vinculaba entre sí a los miembros de la tribu. El relato estaba vivo, ocurría en presente. Dioses y humanos compartían el mismo espacio narrativo.
 
Pero los dioses callaron. Su mundo y el nuestro se distanciaron. La conciencia del tiempo ocupó el espacio intermedio, y con el tiempo apareció el olvido, y con el olvido, la necesidad de confiar en la voz del que cuenta.
 
 
  Chantal Maillard, del libro La compasión difícil.
 
 
(Fuente: Alan La Veglia)

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario