ALLÁ LEJOS TE VEO VENIR.
Allá lejos te veo venir como una llovizna que hace palidecer las azules colinas. Saco apresuradamente al patio mis árboles, mis hinojos, todos mis seres pequeños y pobres que pululan por doquier: libélulas, mariposas, cantáridas de siete colores, algas y avecillas. Me vacío entero como un balde con agua que se vuelca en el piso y me extiendo cuan amplio soy para recibir la miel que trae tu presencia. No vaya a suceder que llegues y esté todo solitario y triste, todo cerrado, tapiado hasta las nubes, y el amor, como un niño mendigo, llore sin pan y se duerma en la mampara de cualquier casa tiritando abrazado a su perro
LA LLUVIA BORRARÁ EL PUEBLO.
La lluvia borrará el pueblo igual como las nubes borran las estrellas. Pero detrás del agua todo seguirá igual como siguen iguales las estrellas detrás de las oscuras nubes que las cubren: el carnicero don Ulises, gordo y cojo, en su carnicería, don Lucho en el correo, siempre con un lápiz en la oreja; la Sra. Albina, la costurera, con su risa estridente continuará espantando los fantasmas del mal; Nancho, el loco, camina en redondo a grandes zancadas por la plaza. Continúa la algarabía de los borrachos en la cantina de don Baldomero y los ladridos furiosos de los perros de Bauche “Pata” y el rechinar de una carreta lejana en la madrugada. Y yo sigo en la misma escuela primaria llena de goteras, con los vidrios rotos, los baños inmundos, y el auxiliar don Isaías, manco de un brazo, me regala galletas y dulce de membrillo que envía el gobierno. Queda en mi boca el sabor apestoso de la leche de la Alianza para el Progreso. Seguiré enamorado en silencio de la Doris, mi compañera de curso. Cuando sea grande jamás escribiré poemas; seré un marinero apátrida, sin memoria. Cuando la lluvia escampe, el arco iris abrirá sus alas como un inmóvil pájaro de ausencia.
ESPEJOS
Los espejos han perdido toda exactitud;
no reflejan más que formas
disparatadas, locas imágenes en un fondo
de sueño.
Se han perdido los rostros
y cuando nos miramos en los espejos
oímos sólo el silbido errante de la tarde
que atraviesa los tímpanos solitarios.
Y nadie comparte, en realidad
estos desórdenes; oscuros secretos
que se tragan a los hombres
entre fauces centelleantes.
Los espejos no hablan. Les robaron
su luz y por eso cada uno
ve en sí mismo lo que quiere;
cada uno con sus pecados públicos
disfrazados de curiosos y vulgares pretextos.
NUESTROS DESCENDIENTES
Quizás hallen en las viejas bibliotecas de ellos
algún poema olvidado parecido a éste.
Algún periodista mal pagado tal vez escriba
“Se halló un pergamino cuyas líneas
inexplicablemente van y vienen como surcos
de una siembra”.
Y algún paleógrafo, sin mucha convicción, dirá:
“Veré si puedo saber qué dicen estos caracteres arcaicos.
Se ve que es un lenguaje primitivo,
con palabras rudimentarias, onomatopeyas quizás
que imitaban el canto de los pájaros o el sonido de los ríos”.
Y no habrá a quién preguntarle.
Sólo estarán ahí las palabras mudas, incapaces
de narrar la finitud de los cuerpos que ya se fueron.
Y las examinarán bajo lupas electrónicas,
y analizarán la química de la tinta,
y aplicarán algo más preciso que carbono 14
para calcular la edad de las manos que escribieron
caracteres tan viejos como el sol.
Quizás el manuscrito termine en un museo para turistas
y toda esperanza de canto se aleje a una distancia sin retorno.
Quizás simplemente se pierda en los sombríos
bosques de un futuro sin humanos,
y el poema no será ni poema ni nada
cuando ya no haya idioma en el murmurar de las nubes
y no quede más que una enorme roca rodante
en la interminable noche espacial de nadie.
Un poema demasiado breve para cantar las hazañas de los héroes
y demasiado extenso para tanto impenetrable silencio que somos.
(Fuente: Marcelo Sepúlveda Rios)
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