PEQUEÑA CONFESIÓN
a S.Esénin.
Sí, es cierto, gasté mis codos en todos los mesones.
Me amaron las doncellas y preferí a las putas.
Tal vez nunca debiera haber dejado
El país de techos de zinc y cercos de madera.
En medio del camino de la vida
Vago por las afueras del pueblo
Y ni siquiera aquí se oyen las carretas
Cuya música he amado desde niño.
Desperté con ganas de hacer un testamento
-ese deseo que le viene a todo el mundo-
pero preferí mirar una pistola
la única amiga que no nos abandona.
Todo lo que se diga de mí es verdadero
Y la verdad es que no me importa mucho.
Me importa soñar con caminos de barro
Y gastar mis codos en todos los mesones.
“Es mejor morir de vino que de tedio”
Sin pensar que pueda haber nuevas cosechas.
Da lo mismo que las amadas vayan de mano en mano
Cuando se gastan los codos en los mesones.
Tal vez nunca debí salir del pueblo
Donde cualquiera puede ser mi amigo.
Donde crecen mis iniciales grabadas
En el árbol de la tumba de mi hermana.
El aire de la mañana es siempre nuevo
Y lo saludo como un viejo conocido,
Pero aunque sea un boxeador golpeado
Voy a dar mis últimas peleas.
Y con el orgullo de siempre
Digo que las amadas pueden ir de mano en mano
Pues siempre fue mío el primer vino que ofrecieron
Y yo gasto mis codos en todos los mesones.
Como de costumbre volveré a la ciudad
Escuchando un perdido rechinar de carretas
Y soñaré techos de zinc y cercos de madera
Mientras gasto mis codos en todos los mesones.
DESPEDIDA
DESPEDIDA
Me despido de mi mano
que pudo mostrar el rayo
o la quietud de las piedras
bajo las nieves de antaño.
Para que vuelvan a ser bosques y arenas
me despido del papel blanco
y de la tinta azul de donde surgían
ríos perezosos, cerdos en las calles,
molinos vacíos.
Me despido de los amigos
en quienes más he confiado:
los conejos y las polillas,
las nubes harapientas del verano,
mi sombra que solía hablarme en voz baja.
Me despido de las virtudes
y de las gracias del planeta:
los fracasados, las cajas de música,
los murciélagos que al atardecer
se deshojan de los bosques de casas de madera.
Me despido de los amigos silenciosos
a los que sólo les importa saber dónde
se puede beber algo de vino
y para los cuales todos los días
no son sino un pretexto para entonar
canciones pasadas de moda.
Me despido de una muchacha que sin
preguntarme si la amaba o no la amaba
caminó conmigo y se acostó conmigo
cualquiera tarde de esas en que las calles
se llenan de humaredas de hojas
quemándose en las acequias.
Me despido de una muchacha cuyo
rostro suelo ver en sueños iluminado
por la triste mirada de trenes que parten
bajo la lluvia.
Me despido de la memoria
y me despido de la nostalgia
—la sal y el agua de mis días sin objeto—
y me despido de estos poemas:
palabras, palabras —un poco de aire
movido por los labios—
palabras para ocultar quizás lo único
verdadero: que respiramos
y dejamos de respirar
(Fuente: Marcelo Sepúlveda Ríos / Letralia)
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