LOS MANDAMIENTOS
No querrás de veras ser poet(is)a. Primero, si
eres mujer, tienes que ser tres veces mejor que
cualquiera de los hombres. Segundo, tienes
que acostarte con todo el mundo. Y tercero,
tienes que haberte muerto.
Poeta masculino, en conversación.
Si
una mujer quiere ser poeta,
debe
dormir cerca de la luna a cara abierta;
debe
caminar a través de sí misma estudiando el
paisaje;
no
debe escribir sus poemas con sangre menstrual.
Si
una mujer quiere ser poeta,
debe
correr hacia atrás en torno al volcán;
debe
palpar el movimiento a lo largo de sus
grietas;
no
debe conseguir un doctorado en sismografía.
Si
una mujer quiere ser poeta,
no
debe acostarse con manuscritos incircuncisos;
no
debe escribir odas a sus abortos;
no
debe hacer caldos de vieja carne de unicornio.
Si
una mujer quiere ser poeta,
debe
leer libros de cocina francesa y legumbres
chinas;
debe
chupar poetas franceses para refrescar su
aliento;
no
debe masturbarse en talleres de poesía.
Si
una mujer quiere ser poeta,
debe
pelar los vellos de sus pupilas;
debe
escuchar la respiración de hombres
durmientes;
debe
escuchar los espacios entre esa respiración.
Si
una mujer quiere ser poeta,
no
debe escribir sus poemas con pene artificial;
debe
rezar para que sus hijos sean mujeres;
debe
perdonar a su padre su esperma más
valiente.
ENVIDIA DEL PENE
Envidio
a los hombres que pueden anhelar
con
infinita vaciedad
el
cuerpo de una mujer,
que
esperan que su anhelo
haga
un niño,
que
su oquedad misma
fertilice
lo oscuro.
Las
mujeres no se hacen ilusiones sobre esto,
ya
que son a la vez
casas
y túneles,
copas
y las que escancian el vino,
ya
que conocen el vacío como estado temporal
entre
dos plenitudes,
y
no ven en ello ningún romance.
Si
yo fuera hombre,
condenado
a esa infinita vaciedad,
y
no teniendo alternativa,
encontraría,
como los otros, sin duda,
una
mujer
para
bautizarla Vientre de Luna,
Madona,
Diosa del Cabello de Oro
y
hacerla tienda de mi deseo,
paracaídas
de seda de mi lujuria,
icono
ojiazul de mi sagrada comezón sexual,
madre
de mi hambre.
Pero
ya que soy mujer,
debo
no sólo inspirar el poema
sino
también escribirlo a máquina,
no
sólo concebir al niño
sino
también darlo a luz,
no
sólo dar a luz al niño
sino
también bañarlo,
no
sólo bañar al niño
sino
también alimentarlo,
no
sólo alimentar al niño
sino
también llevarlo
a
todas partes, a todas partes...
mientras
que los hombres escriben poemas
sobre
los misterios de la maternidad.
Envidio
a los hombres que pueden anhelar
con
infinita vaciedad.
EL FIN DEL MUNDO
"Te escribo desde el
fin del mundo"
HENRI MICHAUX
Aquí,
en el fin del mundo,
las
flores sangran
como
si fueran corazones;
los
corazones exudan una oscuridad
parecida
a la tinta china
donde
los poetas mojan sus plumas
y
escriben.
"Aquí,
en el fin del mundo",
escriben,
sin
saber lo que significa.
"Aquí,
donde el cielo mama leche negra,
donde
las chimeneas alimentan el cielo,
donde
los árboles tiemblan aterrorizados
y
la gente llega a parecérseles..."
Aquí,
en el fin del mundo,
los
poetas sangran.
Se
supone que sangrar y escribir
son
la misma cosa;
se
supone que cantar y sangrar
son
la misma cosa.
¡Escríbenos
una carta!
¡Envíanos
un paquete de comida!
Confórtanos
con proverbios o fruta azucarada,
háblanos
de un Dios.
Distráenos
con teorías del arte
que
nadie puede probar.
Aquí,
en el fin del mundo,
tenemos
las cabezas vacías,
y
el viento las atraviesa
como
fantasmas
en
una casa encantada.
(De Revista "El Humo")