M
|
– qué
pudiera cambiar
en este inconstante mundo,
cuando sin parar me cambio a mí
sin cambiar en nada?
Y mire, dicen sobre las constantes transformaciones:
Se vistió Elías con lo de todos los días...
Pero aquel día repentino,
cuando en mi ventana
cayó el álamo cercenado,
amputada columna del cielo,
y la bóveda del firmamento consigo arrastró,
sin que yo lograra, ni por un instante,
anular este crimen,
emplazar, pregonar,
estar al lado y gritar: -¡Si talas, tálame a mí!-
el árbol me sopló
una idea:
-¡Mientras todavía respiramos,
cambiemos este aire!
Solos, sin ayuda
y sin órdenes, sin parcartas ni cartel.
Por lo menos por aquí, al lado, a un paso,
a ramita, ala, brote,
en la sombra propia de uno,
en el espacio de la sonrisa,
a quemarropa contra el viento,
a voces, a susurro, a silencio,
a arrebato, a impulso,
a fresco y a verde, a altura,
a un tan sólo aliento...
Parece improbable:
respirar hedores y veneno
y exhalar oxígeno.
Aún así el árbol
lo practica.
(Fuente. Poesía de El Toro de Barro)
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