(Por Tomás Mercante)
Si hay un alma sincera
esa es la mía, reza uno
de los versos desafortunados
de Darío.
La sinceridad nunca fue atributo
de hombres, y aún menos
de poetas.
Sólo los dioses, según Nietzsche,
podrían mostrarse como son
-es decir: tendrían derecho a exhibir
esa perfecta desnudez-, pero no
parecen dispuestos a hacerlo.
En rigor, no nos consta la existencia
del alma ni de ninguna otra entidad
que trascienda el plano material ;
Si hay un alma sincera -algo aún más
difícil de verificar que la existencia
del alma- empezaría por no recurrir a
sujetos improbables y por evitar
estos artificios de dudosa condición.
No seamos necios, no sobrevaloremos
la sinceridad. Nadie ignora que una
sinceridad sin límite resultaría
impracticable
en cualquier comunidad humana.
Para ser sincero, yo dudaría de
aquellos que
necesitan dar muestras de sinceridad
-así
como de quienes lo anuncian como
aclaración
previa a la emisión de cualquier
juicio, a modo
de confesión: “te soy sincero”-
Sincerémonos: Somos seres sociales,
necesitamos
establecer distintas relaciones, sólo
somos sujetos
en relación a otros; entablamos
distintas relaciones
con distintos fines con distintos
sujetos; tenemos
intereses comunes y particulares,
individuales y
sociales, naturales y adquiridos.
Nos relacionamos según nuestros
intereses:
Toda relación es interesada.
Lo único sincero es el interés.
II
¿Un sinceramiento?
El sujeto poético puede emitir
juicios,
refutarlos, retomarlos y abandonarlos.
Puede confrontar consigo mismo
y puede perder...
Y hasta arribar a una verdad por el
absurdo, ó arribar a cualquier parte
sin necesidad de cobrar conciencia.
La verdad, nunca es objeto poético,
la única verdad reside en el poema
como objeto, una aspiración cerrada
-que sólo tiene por función agregar
una nueva tensión a la existencia
material en expansión constante-
La verdad: el poema es un objeto
inverosímil, que no provee ni busca
verdades.
Lo verdadero: la condición poética
lo permite casi todo -todo lo pensable
es también poetizable, parafraseando-
Lo único verdadero: sólo conocemos
una parte, la que nos es dado percibir
desde nuestro juicio subjetivo.
Los intentos de sinceridad poética
producen resultados desconcertantes,
objetos casi siempre soslayables
ó peor: texturas vacilantes donde el
autor, despojado de toda autoridad
comparte sus dudas y exhibe sus
carencias
y debilidades más constitutivas encadenando
fórmulas interrogantes ó llegando hasta a
delegar en el lector la resolución de alguna línea
fórmulas interrogantes ó llegando hasta a
delegar en el lector la resolución de alguna línea
vacilante...
(Es conocido el caso de un poeta
que incluye en el poema sus datos
personales,
su número de teléfono -no había aún
telefonía
celular ni correos electrónicos- para
que algún
lector se apiade y corrobore el
ejercicio de su
sinceridad extrema)
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