Ley de Owen
Algunos pasajes del ensayo "El diablo en la poesía", de Jorge Cuesta:
Dice André Gide que "no hay obra de arte sin la colaboración del demonio". Y lo recíproco es igualmente cierto: no hay colaboración del demonio sin obra de arte. El demonio es la tentación, y el arte es la acción del hechizo. No hay fascinación virtuosa; la Iglesia es sólo muy razonable al prevenirlo: sólo el diablo está detrás de la fascinación, que es la belleza. Por esta causa, es imposible que haya un arte moral, un arte de acuerdo con la costumbre. Apenas el arte aspira a no incurrir en el pecado, sólo consigue, como Nietzsche demostró con evidencia, falsificar el arte; pues es imposible que el arte se conforme con lo natural. Y lo extraordinario es lo único que fascina.
He aquí por qué son inseparables el diablo y la obra de arte, la revolución y la poesía. No hay poesía sino revolucionaria, es decir, no la hay sin "la colaboración del demonio". Se atribuye a un distinguido revolucionario mexicano una expresión admirable: "No se hace una revolución con ángeles". No, en efecto, ninguna revolución es angelical, como no lo es tampoco ninguna poesía. Una poesía que no fascina es una poesía sin belleza, y no hay belleza sin perversidad [ . . . ]
Pues ésta es la acción científica del diablo: convertir a todo en problemático, hacer de toda cosa un puro objeto intelectual [ . . . ]
La poesía es la tentación, es lo que solicita desde lejos. Por eso no son sensibles a ella las mentes ocupadas por su proximidad, conformes con la apariencia de las cosas, sin avidez de conocer, sin gusto por la ciencia, que es el deseo de lo que está remoto y profundo [ . . . ]
La poesía, sin duda, como todo temperamento revolucionario, es el temperamento de la excepción y del peligro. Y la hora en que sobreviene es la misma hora recóndita y sutil del diablo [ . . . ]
Un poema de Jorge Cuesta : "Retrato de Gilberto Owen"
Enviaba a la guerra su imagen indócil
para que volviera sobria y mutilada
pero volvía intacta y se ponía a llorar
porque no era bastante equilibrista
para ser un modelo de Cézanne.
Y enviidiando al estable equilibrio
de las frutas que posan sobre el mantel,
ya más no iba a buscar por los paisajes
mudables fondos que hicieran juego con él;
sino pensando en la geometría de sus líneas
divagaba por otoñales huertos escondidos,
donde las musas tenues se ríen entre las ramas
y amarrándose al pie lastres de manzanas
se arrojan sobre los sabios distraídos.
Entonces descubrió la Ley de Owen
--como guarda secreto el estudio
ninguno la menciona con su nombre--:
"Cuando el aire es homogéneo y casi rígido
y las cosas que envuelve no están entremezcladas
el paisaje no es un estado de alma
sino un sistema de coordenadas."
Y para defender los dulces números pitagóricos
que dentro de sus nuevas proporciones cantaban,
dibujaba a su lado muchachas apacibles
cuya sola presencia confortaba.
Pero la constancia enseñándole pronto
que el amor verdadero es menos breve
que los gratos objetos que lo mueven
las apartó luego de sí para quedarse solo.
Y sembró en su soledad el gesto puro
que amoroso cuidado nutre y guarda,
para mostrarlo inalterable el día
que traicionen sus fondo las ventas.
Pero con pensamiento que atraviesa
la densa niebla de la posteridad,
para tener en paz y en regla su postura
le roba al tiempo su madura edad.
Ley de Owen
En un breve comentario, el pregonado "descubridor" de esa ley opina que se trata, más estrictamente, de la Ley de Cuesta.
Sea de quien fuere, Owen la aplicó y dilucidó, en efecto. Leamos a Gilberto Owen:
"Es la ley que nos exige ordenar la emoción, reprimirla hasta el grado en que parezca haber sido suprimida, simular que no eixiste, disimular su presencia inevitable, para que el ejercicio poético parezca un mero juego de sombras dentro de una campana neumática, contemplando con los razonadores ojos de la lógica --no de la lógica discursiva, naturalmente, sino de la poética.
(De Jaime García Terrés, "Poesía y alquimia", Los tres mundos de Gilberto Owen)
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