Dédalo en Sicilia
Toda la vida se la pasó inventando, construyendo algo. Primero una novilla artificial para una reina cretense, con el fin de ponerle al rey los cuernos. Después un laberinto, para el propio rey esta vez, para ocultar de miradas perplejas una progenie insoportable. O un aparato volador, cuando el rey finalmente se dio cuenta de quién era el que, en su corte, siempre estaba enfrascado en algún encargo nuevo. En ese viaje el hijo murió al caer al mar, igual que Faetón que también, según dicen, desoyó las órdenes paternas. Acá, en Sicilia, rígido sobre su arena abrasadora, está sentado un hombre muy anciano, capaz de transportarse por los aires, si se viera privado de otros medios de locomoción. Toda la vida se la pasó inventando, construyendo algo. Toda la vida de aquellas construcciones ingeniosas e inventos se la pasó escapándose. Como si los inventos y construcciones estuvieran ansiosos de librarse de sus planos, como niños avergonzados de sus padres. Probablemente, sea el temor a la reproducción. Las olas corren por la arena; detrás, relucen los colmillos de las montañas de la zona. Y sin embargo, él ya había inventado, cuando era más joven, el subibaja, basándose en el fuerte parecido entre el movimiento y la estasis. El anciano se agacha, se ata al frágil tobillo un largo hilo (a fin de no perderse), con un gruñido se endereza, y sale para el Hades.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg Dib
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