MCMXCIV
Mala época: nada que robar y nadie a quien robarle. Las legiones regresan con las manos vacías de sus expediciones a lugares remotos. Como si fuera un árbol, una sibila confunde el pasado con el futuro. Y unos actores a los que ahora nadie aplaude se olvidan los grandes diálogos. El olvido, sin embargo, es la madre de los clásicos. Con el tiempo, estos años también van a ser vistos como un bloque de mármol con una red de capilares (el acueducto, el sistema impositivo, las catacumbas, la chismografía), con un mechón de pasto que brota de la grieta. Cuando ésta fue una época de pobreza y de tedio, en la que no había nada que robar, y menos que comprar, ni hablar de regalarle nada a nadie. No fue culpa del César, que sufría más que el resto la ausencia de lujos. Tampoco de los astros, porque las nubes bajas eximen de cualquier responsabilidad a los planetas para con los terrenos habitados: una ausencia no puede influir en una presencia. Y justamente acá empieza el bloque de mármol, porque el sesgo es enemigo de la perspectiva. Quizá sea simplemente que las cosas, más rápido que los hombres, perdieron el deseo de multiplicarse. En este cautiverio blanco.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg Dib
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