dos poemas
Elogio de la infancia
A Julio Nelson
Porque será la tierra en sus dones primevos:
herbajes fecundos, el ruido del tordo en los riscos,
y agua sanando, sanando. Vivimos
esperando un objeto de presagios, la razón
de una edad nueva, el tiempo de las vides tiernas,
no tierra árida, no oscuros promontorios.
¿Quiénes murmuran allí, en esos huesos blancos?
Hendimos las raíces en un desierto de osamentas,
mansiones recamadas de ámbar, pedrería
en las escalinatas, dorado acanto
sobre los capiteles. Oh ciudades, estas son las ruinas.
Construiremos, niño, la nave fuerte
y desde allí, descendiendo a las breñas:
las ramas plateadas sobre la fuente,
el musgo en luminosa profusión, la escarcha
brillando en cada hoja violeta, el polen rosado. Pero mira:
comerciantes obesos, cabritilla y vestimenta olorosa a espliego,
la charla a mediodía bajo los pórticos tallados,
devaneo y miseria. Nosotros esperamos otra tierra.
¿Qué presente o pasado nos conduce
a nutrir el tiempo futuro? La delectación en la carne,
el café a medianoche después de una agotadora lectura.
¡Conocimientos! ¡Conocimientos! La sonrisa aparente.
Noche (como si el tiempo fuera la noche), ¿a dónde caminamos?
"Por aquí permanecemos durante el verano, de día
comemos langostas y en la tarde hacemos el amor.
Estas son las ruinas, hijo mío; no andes con prevaricadores,
recibe consejo y prudencia que serán caminos en la noche.
Mira estas manos, bésalas
y participa en el reino de la muerte, hijo mío.
No bebas agua impura; nuestros antepasados
bebían en vajilla de plata, nosotros erramos
con el candelabro quebrado, las manos quebradas,
la impostura útil. ¿Ves estos vestidos? La orla
está gastada, el resplandor de otros tiempos
gastado y nuestros cráneos vacíos".
¡Oh infancia de futuros siglas, ya se escucha
la humana muchedumbre, se insinúan
los tiempos de un orden nuevo!
Porque la tierra, niño, te cobijará
en sus dones eternos, porque ya se avecina
la edad de una historia fecunda: mira, mira estas ruinas.
Luego caminemos hacia los montes fértiles.
~
Soliloquio
Para el que ha contemplado la duración
lo real es horrenda fábula. Solo los desesperados,
esos que soportan una implacable soledad
horadando las cosas, podrían
develar nuestra torpe carencia,
la vana sobriedad del espíritu
cuando nos asalta el temor
de un mundo ajeno a los sentidos.
¿Qué esperarías, agotado de ti
o una estéril música,
cuyo resplandor al abismarse te anonadaría?
Pero tú yaces oculto o simulas alejarte
De lo que, en verdad, es tu único misterio:
en la innoble morada de la realidad
nutres un sentido más hondo,
del que ya ha cesado todo vestigio humano.
Y destruyes
el reino de lo innombrable, que en ti mismo habita.
¿Qué esperarías? ¿Sólo madurar, descendiendo,
en una materia mas huraña que el polvo?
Nada hay en los dominios frescos
del sueño o la vigilia.
Así
he considerado con indiferencia mi vida
y debemos marchamos.
***
(Fuente: La comparecencia infinita)
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