miércoles, 11 de enero de 2023

Jaroslav Seifert (Praga, República Checa, 1901 - 1986)

 
 

 


 

 

SER POETA

 

La vida ya hace tiempo me enseñó

que la música y la poesía

son en este mundo lo más hermoso

que puede darnos,

excepto el amor.

 

En una antigua crestomatía,

publicada aún en tiempos del viejo Imperio austrohúngaro,

en el año en que murió Vrchlický

busqué el tratado que hablara

de poética y de los adornos poéticos.

Luego puse una rosa en un vasito,

encendí una vela

y empecé a escribir mis primeros poemas.

 

Inflámate, llama de las palabras, y arde,

aunque acaso me quemes los dedos.

Una metáfora sorprendente

es más que un anillo de oro en la mano.

Pero ni siquiera la metodología de Puchmajer

me sirvió de nada.

En vano recogía las ideas

y con fuerza cerré los ojos

para poder oír el misterioso primer verso.

En la oscuridad, lugar de las palabras,

entreví una sonrisa de mujer

y en el viento cabellos ondeantes.

 

Era mi propio destino

tras el que corrí, tropezando a veces,

sin respirar,

toda mi vida.

 

 

 

 

CANCIÓN DE AMOR

 

Oigo lo que no oyen los demás,

pies descalzos pisando terciopelo.

 

Suspiros bajo el sello de una carta,

el estremecimiento de las cuerdas, cuando no vibran.

 

A veces, huyendo de la gente,

veo lo que no ven los demás.

 

El amor, vestido con la risa

que se oculta en las pestañas, cubriendo los ojos.

 

Cuando aún tiene copos de nieve en los bucles,

veo florecer la rosa en el rosal.

 

Oí al amor partir

cuando unos labios por primera vez rozaron los míos.

 

Quién, sin embargo, detendrá mi esperanza:

ni siquiera el miedo al desengaño,

 

para que a tus rodillas no se ponga.

La más hermosa suele estar loca.

 

 

 

  

El TÍMIDO SUSURRO DE LA BOCA BESADA…

 

El tímido susurro de la boca besada

que sonríe: Por un sí,

que hace tiempo no escucho.

Ni tampoco me toca.

Sin embargo quisiera encontrar aún palabras

que estén amasadas

de miga de pan,

o de olor de tilos.

Pero el pan se ha puesto mohoso

y el perfume amargo.

 

Y en torno a mí se arrastran palabras de puntillas

y me ahogan,

cuando quiero asirlas.

Matarlas no puedo,

y a mí me matan.

¡Y retumban las puertas a golpes de maldiciones!

Si pudiera obligarlas a bailar para mí

se quedarían mudas.

Y aún cojearían.

 

Sin embargo sé muy bien

que el poeta está obligado siempre a decir más

que lo que esconde el rumor de las palabras.

Yeso es la poesía.

De lo contrario con la palanca del verso no podría

hacer saltar el capullo de los melosos goznes

y obligar al escalofrío

a que nos recorra la espalda

mientras desnuda la verdad.

 

 

 

 

HOMENAJE A VLADIMIR HOLAN

 

Hay momentos en que en nuestro pensamiento

olvidamos incluso a los muertos,

cual si su eterno no ser

fuera sólo un reposar

en tranquilidad suave y sin dolor,

bajo unas flores marchitas.

 

Pero basta un estremecimiento de placer,

sea cual sea,

y nos aprestamos a regresar

a los problemas cotidianos.

 

He sobrevivido a todos los poetas

de mi generación…

Todos fueron amigos míos.

El último en morir fue Vladimir Holan.

¿Cómo no iba a sentir zozobra?:

estoy solo.

 

Jiri Wolker fue el primero,

era joven y tenía prisa.

¡Oh esos desdichados besos

en los labios febriles

de las muchachas tuberculosas

del sanatorio a la orilla del mar…!

 

Años más tarde muere Jindrich Horejsí.

Era el mayor de nosotros.

Escribía sus versos en el café repleto,

en una mesita redonda,

como un soldado, después de la batalla,

escribe a su amada las cartas

sobre un tambor boca arriba…

 

Josef Hora fue entre nosotros el único

en tutearse con F. X. Salda.

Entrad en su jardín

cuando empiecen a florecer los árboles injertados.

Sus impresionantes flores desprenden al sol perfume

de almendras amargas.

 

Frantisek Halas, compañero amado,

no nos dijo adiós siquiera.

Deseaba que sus verso graznaran

a los oídos de la gente,

pero, a veces, no lo conseguía

y cantaba.

 

Con un gesto brusco se marchó de repente

Konstantin Biebl.

Añoraba la ternura de las muchachas hawayanas

que son como flores vivas

y andan silenciosamente de puntillas.

 

Vitézlav Nezval renegaba de la muerte

y ella se vengó.

Cuando murió inesperadamente en Pascua,

como él mismo había predicho,

se partió una de las ramas fuertes

del árbol de la poesía.

 

En la muerte aún no había ni pensado

Frantisek Hrubín.

Al principio no sospechaba yo dónde había descubierto

las melodías de sus versos,

pero él escuchaba solamente la risa del agua

en el dique del Sázava.

 

Hola tardó en morir.

El teléfono frecuentemente se me caía de la mano.

En esa maldita jaula que es Bohemia,

tiraba con desprecio sus poemas

como trozos de carne ensangrentada.

Pero los pájaros tenían miedo.

 

La muerte quería su sumisión

mas él la sumisión no conocía

y hasta el último momento

luchó furiosamente con la muerte.

 

El ángel que levantaba sus brazos

cuando se desvanecía,

estaba sentado al borde de su cama

y lloraba.

 

  

 (Traducción al español de Clara Janés)

 

 

(Fuente: Revista Altazor)

 

 

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