Mi Nonno Masante,
(1882-1969),
se afectó
a las más desafiantes
creaciones manuales.
Cerraduras con balancines,
aviones a pedales,
relojes vegetales, miniaturas engastadas,
cavado de pozos con
bordadas herramientas
que forjaba a martillo,
yunque,
y aceite de oliva,
armas tumberas,
lloraderos funerarios,
fórceps para nacidos de nalga,
dagas de siete filos,
lazos de ahorque
para perros rabiosos,
pipas, camas,
lectoras encristaladas
para control estadístico
del eje terrestre
a la salida de la luna,
patines para caminar sobre
aguas claras y pantanos
y un larguísimo catálogo
que apenas recuerdo.
Y si hubo algo que no hiciera,
lo atribuía
al exceso de alcohol
y la malaria,
y fue su vivir en congoja
tratando de vincular
esa película alquitranada
que cubría
sombríos templos asirios
y la espontánea excursión
de la familia real
que consternó
a Belvedere Langhe,
aquel 13 de junio del año 13.
El barroco carruaje
y sus albos caballos
de crines trenzadas
y virolas refulgentes,
se desplazó entre mieles y sedas,
se detuvo
frente a santa Margherita,
y las testas coronadas
descendieron
a zapato charolado
y tachas de oro y plata potosina,
como si fueran masones
volando en mantas negras,
furiosos y apasionados,
incitando al sacrilegio
del cual no se regresa
ni con el más hondo arrepentimiento.
El profesor Curatola,
a los meses,
tímidamente,
para no contrariar
las ilusiones patrias
del pueblo ,adujo
que la visita obedecía
a un tanteo geopolítico
en razón de la guerra inminente
y el ventajoso enclave geográfico
del valle y sus quebradas,
que el mismísimo Napoleón
tuviera en cuenta en su campaña
piamontesa.
Pero en esos umbrales
en que el ozono
contradice y calcula,
a mayor claridad
despunta
la única y última
corporeidad:
inextenso accidente
a tendón y hueso
y sustancia extensa.
-Inédito-
No hay comentarios:
Publicar un comentario