miércoles, 20 de noviembre de 2024

Roberto Juarroz (Coronel Dorrego, Provincia de Buenos Aires, 5 de octubre de 1925 - Temperley, Buenos Aires, 31 de marzo de 1995)

 

Menos que el circo ajado de tus sueños...

 

Menos que el circo ajado de tus sueños
y que el signo ya roto entre tus manos.
Menos que el lomo absorto de tus libros
y que el libro escondido
de páginas en blanco.
Menos que los amores que tuviste
y que el tizne que alarga los amores.
Menos que el dios que alguna vez fue ausencia
y hoy ni siquiera es ausencia.
Menos que el cielo que no tiene estrellas,
menos que el canto que perdió su música,
menos que el hombre que vendió su hambre,
menos que el ojo seco de los muertos,
menos que el humo que olvidó su aire.
 
Y ya en la zona del más puro menos
colocar todavía un signo menos
y empezar hacia atrás a unir de nuevo
la primera palabra,
a unir su forma de contacto oscuro,
su forma anterior a sus letras,
la vértebra inicial del verbo oblicuo
donde se funda el tiempo transparente
del firme aprendizaje de la nada.
y tener buen cuidado
de no errar otra vez el camino
y aprender nuevamente
la farsa de ser algo.
 
 
 
(Fuente: Oficio de Poeta)

 

Miguel Ojos (Miguel Muñoz, Madrid, España)

 

EL SONETO VACÍO

 

Una litera dura que se ablanda,
una ciencia a conciencia sin la sien,
un no que puede ser un sí también,
una gran nada dada que se agranda,
 
una calma con alma de almacén,
una coma que manda en la comanda,
una avara varada en la baranda
o un amante que te ama en un amén...
 
Vacío de mensaje, sin conflicto,
apenas digo nada, soy así,
de la droga del ritmo, drogadicto,
 
de la métrica exacta, zahorí,
un cuerpo de palabras tan estricto
que prefiere ser música sin ti.
 
 
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Ilustración propia

 

Concha García (La Rambla, Córdoba, España, 1956)

 

UN POEMA DE  ÁRBOLES QUE YA FLORECERÁN

 



 

 

 

RECUERDO la tinta de la letra

y la lobreguez del cuarto

una mujer se abanicaba

con un trozo de caja.

Pasamos a la trastienda

y dijo, se tiene que intervenir ya

está de tres meses y sería peligroso

dentro de unos días, tiene que ser

ahora. El hombre tembló

y sacó tabaco. Yo no dije nada.

¿Tardará mucho?

pondremos anestesia. Estaba

desdentada y olía a ginebra.

En manos así un mundo se levanta

sobre las cenizas de otro.

Se acurrucó en la silla

y pidió sorbos de lucidez.

Sobre todo, lo hacía por el tipo,

y maldije ciertos cuerpos

en el balanceo atroz

de los instintos donde todo cae.

Me metí bajo la cama imaginariamente

tuve la sensación, era un olor.

Lo rancio, la silla,

y lo demás. Le tomé la mano

qué otra cosa. Salimos aturdidas. Bebimos té.

Me contaste que cuando eras pequeña.

Cuando era pequeña mordía el queso

y descubrían que había sido yo

porque mis dientes dejaban una señal

inequívoca. Fíjate que tontería.

Me gustaría morirme ¿sabes?

con éste ya son cuatro amores

y nada cuaja, son sangre,

déjame fumar, ayer mismo

me dijo te quiero, ¿por qué

pretender solucionarlo todo

como si llegara de una fiesta

y pisara charcos de cerveza?

 

 

 

Concha García

Árboles que ya florecerán

 

Prólogo de Olvido García Valdés

 

               Igitur Poesía

               (Fuente: Papeles de Pablo Müller)

 

Neronessa (Santo Domingo, República Dominicana, 1988)

 

Expandida en un viaje germinante

 

Inéditos

 
 

En la arena

 

Cuando rasco la arena con mis pies
     rasgo
las caderas del mundo
invocando su espíritu

la carne levanta 
  en cada rito de fricción
su condena
mientras la materia
  inocente e inerte
permanece
abrazando su historia.

 
 
 
Agua jondeá

el agua aguda suda

subcutánea plenitud de mares

          da de sí misma
sus armamentos inagotables

abriéndose en muchas aguas
             saciando
                 las tribus acuáticas
que labran los caminos
            donde confluyen
                    las almas

  
yo tengo una carreta oscura
            en la que viaja el agua

una superposición de mareas irresolutas

desatada 
         en espacios sonoros

una resolución de glóbulos llega al pecho

y de él se arroja 
       expandida en un viaje germinante

 
rueda el agua ancestral

en un cuerpo joven y diminuto
                espiral de manantiales
para colarse en el firmamento vital
              por una pequeña grieta
                         del corazón jubiloso
fundiéndose con la corriente yuxtapuesta 
                  ahorcando el siniestro del ocaso
                              con sus hebras de agua

 
 
divulgada descompresión de cavernas        
               agridulce sublingual 
                       nocturna sin memoria

inagotable
      que amenaza
            sus enzimas devorando
la indigestible
brevedad
de los pólenes
intrusos
en el torrente de plomo proteico.

 
 
 
Membrana brava

un poco de constelación
            quedó empollada
                    en mi mente
la sonoridad nutritiva
         de una canción
                   de trapo

tiritando
      escalofríos de pólvora

orquestando en la espiral

un fluido subversivo

      ensanchando
          un teorema
              que persigue
                   rebotar su erizo

yo soy una tripa frutal
         entre los pajonales
            encendida de jugosidad

tras esta fina pared asediada

            tras la membrana brava

se revela la memoria pulsante

plétora vegetal y vitamínica

         donde espesa el alma

una antorcha que aprisiona sus márgenes
                  para que el ojo del fuego

                no explote
                      y vierta
                         su mantra
                      desparramado en los cuencos
                               de la
                                 oscuridad

 
hinchándola
      de su oleoso misterio

perforando el subterfugio del albumen
                que destilará
                    a puñetazos
un dado lanzado la palestra

que dice:

                          yo soy la casa y la cosa

                          la carcajada

                          estirada de la ola

florida estaca entre estrellas

             punto forajido de presión

                      minúscula coordenada

que roza y destroza

las superficies indómitas
           de tersos monolitos

los vertebrales meridianos

                de nuestro firmamento.

 
 
 
Espiral de la mañana

El filo de la mañana se abre al tacto

      succionando
         las moscas insurgentes
                en su lúdica espiral

boreal membrana
       en que permea
          nuestra densa vicisitud de átomos

para
   polinizar

      las burbujas torácicas

con tierra derramada
          por brazos telúricos

que plantan
     jardines trepadores

y afrontan la embestida

de la
         discreta centrífuga

 
un vago vapor impregnando
           las conjeturas fruncidas
                 de la rocas

implorando el
    momentum
          de la
         ápsula forestal
que
  exuda
    tibias sales
con
la
presión
   del embate

 
reverberando
       señales de humo

         un susurro efímero

en las venas      un líquido lamento

en los folios
            de otras embarcaciones

rociando sus pliegues náuticos

enlazando

el filo en el folio en el filo en el folio

y así
    perpetuamos la

torrencial dinámica
         de los pliegues
                metálica matriz que nos traga

                           y nos eructa

hasta devolvernos

lúcidos y floridos

a la arena
        para descubrir

quiénes estamos aquí
          cuando estamos aquí porque
                       estamos

aquí

abriendo                          los folios

 
de la espiral
      del mañana.

 

 


Neronessa / Santo Domingo, República Dominicana, 1988. Poeta y emprendedora social. Actualmente estudia un MFA en Escritura Creativa en Español en la Universidad de Nueva York. Ha publicado los poemarios La estirpe de las gárgolas (2006) y El volcán de la matriz electroelástica (2015). Accésit Premio de Poesía Joven de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo 2005. Desde 2007 es invitada anual en dicha feria y representó a la República Dominicana en el Bokmassan de Gotemburgo en 2019. Ha sido traducida al inglés, francés e italiano. Sus textos aparecen en una decena de antologías internacionales, entre ellas Transfronterizas. 38 poetas latinoamericanas (UNAM, 2016).

 

(Fuente: Periódico de Poesía.unam.mx)

Aldo Oliva (Rosario, Argentina, 1927 - 2000)

 

Caza mayor

Aldo Oliva - Caza mayor

 

 

La verdad nunca tuve entera fe en los pájaros.

Quedé niño de honda en tensión testimoniando

festivales y duras conjeturas,

asedios, pedradas e iluminaciones

en el berretín de la tiniebla.


Las palabras trocadas, fuego del juego,

su constelación bajo las constelaciones,

voces altivas que confundí con el amor.


No tuve fe en los pájaros.


Antes que la estrategia azul me desolara

gemí muy hondo esquinando en la furia de mis nervios,

bajé al río a beber

maldije la decencia,

sangré tristes criaturas de alcohol irrestañable,

construí un mundo, era de ceniza, contra el poniente lo aventé.


Cada mañana salgo de la tumba y reinicio este canto.

 

(Fuente: Biblioteca Ignoria)

 

Mark Strand. (Summerside, Canadá, 1924-Nueva York, Estados Unidos, 2014)

 

LA VIDA SECRETA DE LA POESÍA

 

                                                                                                                                                                  .

1

Estamos en 1957. Me encuentro en casa, durante las vacaciones de la facultad de Bellas Artes, sentado frente a mi madre en el salón. Hablamos de mi futuro. Mi madre considera que he elegido un oficio difícil. Tendré que luchar en la sombra, y puede que pasen muchos años hasta que alcance algún reconocimiento; y ni aún entonces es seguro que pueda ganarme la vida ni mantener una familia. Mi madre piensa que sería más inteligente que me hiciera abogado o médico. Justo en ese momento le digo que, aunque acabo de empezar Bellas Artes, lo que de verdad me interesa es la poesía. “Pero entonces jamás podrás ganarte la vida”, me dice. A mi madre le preocupa que yo pueda sufrir innecesariamente. Le explico que los placeres que es capaz de proporcionar la poesía son muy superiores a los del dinero o la estabilidad. Le propongo leerle algunos de mis poemas favoritos de Wallace Stevens Comienzo por “La idea de orden en Key West”. Al poco, sus ojos se cierran y su cabeza se vence hacia un lado. Mi madre se ha dormido en el sillón.

                                                                                                                                                                 .

2

No pretendo burlarme de mi madre. Su incapacidad para responder como me hubiese gustado es, en realidad, la que padece casi todo el mundo. Escuchar un poema leído, igual que leerlo, no se parece a ningún otro tipo de contacto con el lenguaje. Nada nos prepara para la poesía. Mi madre era lectora de novelas y libros de no ficción en general. Creo que hablaba con comprensión y juicio acerca de lo que leía. Pero, ¿en qué se diferencia la poesía de las lecturas a las que estaba acostumbrada? Lo primero que acude a la mente es que el poema suele tener como único contexto la voz del poeta: una voz que no se dirige a nadie en particular, y que carece del apoyo de una situación o de unas situaciones generadas por las palabras o las acciones de otros; apoyo que sí posee una obra de ficción. El poema suscita su propio sentido, no el sentido del mundo. Se inventa a sí mismo: su propia necesidad o urgencia, su tono, su mezcla de significado y sonido, están en la voz del poeta. En este aislamiento engendra su autoridad. Una novela, para resultar creíble, ha de tener aspectos en común con nuestro mundo. Sus personajes deben actuar de un modo que reconozcamos como humano, y deben hacerlo en lugares creíbles y con objetos creíbles. Si estamos mejor preparados para leer ficción es porque la mayor parte de lo que se dice ya lo sabemos. En un poema, por contra, la mayor parte de lo que se dice no se sabe, o es desconocido. El mundo de las cosas o de las experiencias que pudieron originar el poema suele estar diluido en el trasfondo. Es como si el poema reemplazara ese mundo para establecer su propio dominio, afirmándose a sí mismo sobre el mundo, extrañamente.

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Lo que se conoce de un poema es su lenguaje, es decir, las palabras que usa. Solo que en un poema estas palabras parecen distintas. Resultan raras hasta las más familiares. En un poema cada palabra es importante, su intensidad es máxima, por lo que goza de un peso que rara vez adquiere en la ficción. (Hay excepciones notables en las obras de Joyce, Beckett y Virginia Woolf). En una novela, las palabras se encuentran subordinadas a las grandes porciones de acción o caracterización que hacen avanzar la trama. En un poema, las palabras son la acción. Por eso un poema se impone de inmediato –en una o dos líneas–, y por eso un lector asiduo de poesía puede discernir al momento si un poema tiene autoridad. De una novela, en cambio, sería difícil saber mucho con leer tan solo su primera frase. Por lo general le concedemos una docena de páginas, o más, para juzgar si merece nuestra atención. Y nuestra atención la capta, paradójicamente, cuando su lenguaje casi desaparece entre los acontecimientos que genera. Leemos con más comodidad una novela cuando su lenguaje no nos distrae. Lo que deseamos al leer una novela es avanzar. Un poema opera justo al contrario. Incita a la lentitud, nos conmina a saborear cada palabra. Es en el poema donde se hace más palpable el poder del lenguaje. Pero en una cultura que fomenta la lectura rápida, la comida rápida, los informativos de diez segundos y otras formas veloces de absorción, ¿quién quiere algo que exige ir más lento?

                                                                                                                                                                   .

3

La lectura de no ficción no prepara mejor para la poesía que la lectura de ficción. Mis padres eran ambos lectores de no ficción; buscaban información no solo para instruirse, sino también para sentir que tenían control sobre un mundo en el que contaban poco. Su necesidad de certeza era proporcional a su sentimiento de duda. Si disponemos de los hechos –o los supuestos hechos–, podemos no solo proscribir la incertidumbre, sino también albergar la ilusión de que vivimos en un universo estático, en un mundo fijo y predecible, del que haya sido desterrado el misterio. Se explica así que la poesía no fuese algo que mis padres leyeran con gusto. Era el enemigo. Para ellos, la poesía solo podía devolverle confusión al mundo, enturbiar con ambigüedad las certezas; constituía una amenaza para el ansia que tenían de un conocimiento que aportase seguridad. Para los lectores como mis padres, el flirteo de la poesía con la borradura, la contingencia y hasta el sinsentido es duro de tragar. Y aún más difícil es que la poesía, con sus figuras retóricas y sus ritmos, proponga un estado de suspensión verbal. La poesía es la manifestación del lenguaje en su forma más engañosa y seductora, a la vez que imprecisa, con lo que hasta parece que se burla de nuestra ansia por la simplificación y por un orden sencillo del que disponer. Y no se trata solo de que la poesía prefiera que haya una multiplicidad de significados en vez de uno dominante; es que pudiera ocurrir que nos comunicara algo que fuese más allá del “significado”, algo cuyo origen no estuviera en el poeta, sino en la tenue luz primera del lenguaje, en una suerte de estadio “anterior”. Puede que la lectura de un poema sea entonces una búsqueda de lo desconocido; de algo que reposa en el seno de la experiencia, pero que no se puede señalar ni describir sin que resulte reducido o alterado; de algo que sin embargo se deja contener, lo que lo hace menos terrorífico. No se trata de conocimiento, sino más bien de una ocasión para creer, una razón para asentir, una afirmación de la existencia. Resulta opaco y misterioso y, al tiempo que invita al lector, lo repele. Esto desconocido puede incomodar al lector, forzarlo a hacer cosas que atenuarán la extrañeza del poema; lo que implica por lo general inventar un contexto en que fijarlo, algo que contrarreste el carácter incorpóreo del poema. Como ya he indicado, puede que se establezca una relación con lo que originó el poema (de cuya oscura morada ha emergido). Los contextos que elaboramos en defensa propia podrían alumbrarnos, podrían explicarnos incluso partes o rasgos del poema; pero nunca sustituirían su voz íntegra. Pese a su poder de encantamiento, el poema se resistirá siempre a significados que no sean parciales.

                                                                                                                                                                      .

4

 Quizá mi madre intuyó todo esto aquel día de 1957, y sintió que estaría más segura dentro de su propia oscuridad que en la que le brindaba Wallace Stevens. Pero no todos los poemas tienen como propósito recordarnos lo oscuro o lo desconocido que late en nuestra experiencia. Algunos se proponen otra cosa: hablar de lo conocido, de las experiencias comunes que nos hacen sentir poderosamente nuestra humanidad, las experiencias que compartimos con quienes vivieron hace cientos de años. Es tarea difícil hablar por medio de las convenciones poéticas y lingüísticas de una época determinada acerca de aquello que parece no haber cambiado. Todo poema debe hablar de algún modo por sí mismo, por su propia novedad: a partir tanto de sus ataduras a las convenciones del momento como de su distorsión Debe hacernos creer que lo que leemos nos pertenece, aunque sepamos que nos está diciendo algo muy antiguo. Esta forma de engaño le permite a la poesía liberarse de los tópicos. Cuando se repiten convenciones de otra época ya empleadas hasta la saciedad, el efecto es banal: así ocurre, por ejemplo, con esos versos gastados y sentimentales que se ponen en las felicitaciones de cumpleaños. Aunque es por estas convenciones precisamente por las que reconocemos la poesía como tal. Al recurrir a viejas figuras en combinaciones nuevas, con ligeras alteraciones, al emplear la métrica, al usar esquemas de rima nuevos y renovar los patrones estróficos, ajustándolos al habla contemporánea, a su sintaxis, a sus modismos, los poemas rinden homenaje a los poemas que les preceden. Quien no está familiarizado con la poesía quizá desconozca esto, y no alcanzará a captarlo al escuchar la lectura de un poema. Esta es la vida secreta de la poesía. En todo momento rinde homenaje al pasado, prolongando la tradición hasta el presente. Mi madre, que no leía poesía, sin duda no era consciente de esta otra vida del poema.

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5

Estamos en 1965. Mi madre ha muerto. Se ha publicado mi primer libro de poemas. Mi padre, que, al igual que mi madre, no ha sido nunca lector de poesía, lo lee. Estoy emocionado. La imagen de mi padre ponderando lo que he escrito me llena de un regocijo inefable. Quiere hablarme sobre los poemas, pero le cuesta empezar. Al fin lo hace. Algunos los ha hallado confusos y le gustaría que se los aclarara. Otros le parecen completamente claros y está deseando transmitirme cuánto significan para él. Los que más le dicen son los que dan voz a su sentimiento de pérdida, tras la muerte de mi madre. Parecen expresar lo que él ya sabe pero no logra decir. Su poder es casi mágico. En pocas palabras le cuentan lo que él está sintiendo. Le ponen en contacto consigo mismo. Mi padre puede leer mis poemas –y he de decir que podrían haber sido los de cualquiera– y adueñarse de su pérdida, en vez de que ella se adueñe de él.

Esta capacidad que tiene la poesía de ordenar nuestra casa interior, de formalizar emociones difíciles de articular, es una de las razones por las que seguimos contando con ella en los momentos de crisis y en las ocasiones en que necesitamos saber, en pocas palabras, aquello por lo que pasamos. Pienso en los funerales en particular, pero lo mismo se podría decir de los cumpleaños y las bodas. Sin la poesía tendríamos únicamente silencio o banalidad: el primero, dejándonos a solas con nuestros recursos inadecuados para experimentar la iluminación; la segunda, abaratando con la generalización lo que desearíamos para nosotros solos, empobreciendo  nuestra experiencia, convirtiendo en embarazoso nuestro sentido de la intimidad. Si mi padre hubiera vivido más tiempo, se podría haber convertido en un lector de poesía. Había descubierto su necesidad: no solo de mi poesía, sino del lenguaje mismo de la poesía, de las formas en que construye su sentido. Y ahora que han pasado los años, cuando escribo algo bueno pienso en mi padre complacido, y pienso también que mi madre, si pudiera escuchar esos versos, despertaría de su siesta y me daría su aprobación.

.

Incluido en  Sobre nada y otros escritos, Mark Strand, (Taurus, 2015 traducción: Juan Carlos Postigo Ríos)

 

(Fuente: Música Rara)

Marjiatta Gottopo (Caracas, Venezuela, 1972)

 

PORQUE LA POESÍA ES TRISTE

 

y yo no quería ser triste dejé de escribir poesía
Porque no quería pronunciar éste vacío desconsolado 
siempre que lo estamos pronunciando
Yo no quería escribir poesía
Porque los poetas son borrachos, patéticos y suicidas
Yo no quería escribir poesía
Porque es un oráculo el que vas fabricando y yo no soy
Una bruja.
No quería escribir poesía
Hasta que un día me ví, tratando de vivir
Sin escribir "poesía" y vivía poesía
y lloraba poesía
Y amaba como en poemas -que no escribía-
Y era borracha patética y demás
Sólo que ni siquiera escribía poesía.
 
 
(Fuente: La Parada Poética)